La historia trepidante jamás contada sobre los ascensores
Bueno, igual sí se ha contado pero no con tanto cariño e interés como Inapelsa.
El ascensor es uno de esos inventos que tenemos tan interiorizados que no siempre somos conscientes del avance que han supuesto y de lo mucho que nos facilitan la vida. Por esa razón, hemos querido echar la vista atrás para recorrer la historia de esta maravillosa invención.
Aunque pueda resultar sorprendente, las primeras referencias que se tienen de elevadores datan del año 236 a.C. aproximadamente. Dichas alusiones, que aparecen en las obras del arquitecto romano Vitruvio, indican que fue Arquímedes quien diseñó y construyó el primer ascensor de la historia. Desde entonces han ido apareciendo diferentes menciones a artilugios de elevación destinados al transporte vertical o a la carga de objetos pesados.
Pero, ¿cómo empezó todo? Sabemos que, de no haber existido el sistema de poleas, la invención del ascensor (y sus prototipos más primitivos) no hubiera sido posible. Por ejemplo, es sabido que, tras el incendio que él mismo provocó de la ciudad de Roma, el emperador Nerón construyó su nuevo palacio imperial, la domus aurea, que contaba con un elevador fabricado en madera de sándalo que se movía gracias a unos rodillos encajados en cuatro raíles y era impulsado por una polea y un cable de los que tiraban unos esclavos.
Avanzando unos cuantos siglos, nos encontramos con el siguiente intento de ascensor, esta vez se trata del matemático Erhardt Weigel, quien en 1687 inventó su silla de ascenso, que consistía en un asiento que se ajustaba a unas cavidades hechas en la pared y se movía sobre unas guías de varios pies de longitud. Para ponerlo en marcha, el usuario debía sentarse en el sillón y accionar una palanca que activaba un sistema de contrapeso, haciendo que este invento se moviese con rapidez entre dos pisos. En su momento no tuvo demasiado éxito, ya que este invento no era capaz de recorrer grandes distancias.
Parece ser que el primer ascensor no mecánico (sin contar con el del palacio de Nerón) fue instalado en el palacio de Versalles y utilizado por el rey Luis XV (a mediados del siglo XVIII), que habitaba la primera planta del palacio, para visitar a sus amantes (alojadas en los pisos superiores) sin ser visto. Se trataba de un sistema de contrapesos sencillo de utilizar.
Algo más de un siglo después, en el Londres de 1829 se construyó el primer ascensor mecánico, que tenía capacidad para diez personas. Sin embargo, era utilizado más como una atracción turística que como un ascensor actual, ya que se instaló en el Coliseum londinense, en Regent’s Park, donde se anunciaba como una forma de obtener una vista panorámica de la ciudad.
Unos años más tarde, el 23 de marzo de 1857, se completó en Nueva York el primer ascensor de uso público, ideado por Elisha Graves Otis. Este aparato se instaló en un edificio de cinco plantas en Broadway, que alojaba una tienda de objetos de porcelana llamada Haughwout & Co. Se trataba del primer elevador del mundo destinado al transporte de personas que funcionaba mediante una máquina de vapor. Además, tenía la capacidad de mover hasta seis individuos al mismo tiempo a una velocidad de diez o doce metros por minuto. Por otra parte, el primer elevador de Otis tenía una particularidad nunca vista hasta el momento: contaba con un sistema de seguridad que frenaba la cabina en caso de que los cables se cortasen y el ascensor entrase en caída libre. Aquello fue una revolución, ya que, sin este mecanismo de seguridad, no hubiese sido posible la construcción de edificios de más de cinco plantas. ¿Te imaginas las grandes ciudades sin sus rascacielos más representativos?
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