Ascensorista: una profesión olvidada

La tecnología, así como ha generado empleos en las sociedades modernas, también ha hecho desaparecer muchos otros, desplazando la mano de obra humana. Lo cierto es que la relación entre la tecnología y el trabajo es un conflicto, pues todo se está automatizando. Este es el caso de los ascensoristas pues, hasta finales de la década de los 40, ir en ascensor era una profesión.

Aunque las máquinas y nuevas invenciones aumentan considerablemente la productividad en muchos sectores, no podemos negar que reducen cada vez más la necesidad de tener a una persona realizando un oficio concreto.

Ya hemos hablado un poco en artículos anteriores sobre la historia del ascensor, sin embargo, es importante recordar, y para ponernos en contexto, que antiguamente el funcionamiento de las cabinas, frenos y de las propias puertas era manual. En 1949 se instala un mando automático y no es sino hasta finales de los 50 que las puertas comenzaron a funcionar por sí solas.

Visto esto, el rol del ascensorista abarcaba muchas funciones, entre ellas, accionar los mandos de la cabina. En esa época, los ascensores debían ser manejados por una persona experta y con mucha destreza, pues se requería cautela y precisión para lograr la parada en la planta deseada y que los pasajeros bajaran con seguridad. El ascensorista manejaba tanto la velocidad de la cabina como la apertura de las puertas y, de no tener la experiencia, podía producir desniveles entre el suelo del ascensor y la planta destino, con fuertes sacudidas para los usuarios.

Shirley MacLaine en «The Apartment»

Además, esta profesión, liderada mayormente por mujeres, tenía gran relevancia en edificios comerciales (oficinas, hoteles, edificios residenciales o públicos, etc.) pues otra de sus funciones era anunciar a los usuarios las tiendas o servicios que se encontraban en cada planta y guiarlos en sus cortos viajes. Era una figura amable, cercana y con cierto prestigio, reforzaba la bienvenida de los usuarios al lugar y, para muchas empresas, era símbolo de cordialidad y elegancia. Los ascensoristas también se encargaban de la repartición del correo, vigilancia del edificio, ayudar a usuarios con maletas y, en ocasiones, de la limpieza de la cabina.

Evidentemente, al producirse una evolución y modernización de los ascensores en los años 50 el oficio dejó de tener sentido, pues sólo era necesario marcar el botón de la planta a la que se quería ir. Sin embargo, en Estados Unidos, especialmente en Nueva York, la figura tenía un gran impacto y se mantuvo hasta finales de los 60 con fines de relaciones públicas. Manhattan se apoyó firmemente en los ascensores para su crecimiento vertical y los ascensoristas jugaban un papel importante en este contexto cosmopolita. Curiosamente, aún existen allí algunos edificios en los que se mantienen ascensores manuales y que cuentan con ascensorista.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *